lunes, 10 de noviembre de 2008

Películas: Dogma



Ayer, después de pasarme la tarde estudiando fonética, me entró un agobio del quince pensando que mi pronunciación era cuando menos deficiente (más bien horrenda) y me hice la firme promesa -otra más- de ver una película o escuchar una grabación al día que me permita ir haciendo oído. Mirando en mi videoteca me di cuenta de que todas las películas que tengo las he visto recientemente y, como no me apetecía bajar al videoclub, eché mano de una que tenía en el ordenador, que hacía mucho que no veía: Dogma. Enseguida me di cuenta de lo acertado de mi elección.

"Dogma" es una película hecha a mi medida. Aparte de que mi querido Alan tiene un papel estupendo, aunque no sea muy protagonista, la temática de la cinta es una de las mejores que he visto nunca. Dos ángeles que en su día fueron expulsados del paraíso por no querer acatar las órdenes de Dios han encontrado una puerta trasera por la que colarse de vuelta. Su regreso supondría probar que Dios es falible, que se puede equivocar, y eso equivaldría al fin del mundo y de la existencia. El ángel Metatrón es enviado a la Tierra para pedirle al último miembro de la familia de Jesús (que trabaja en una clínica abortista) que le ayude, ya que Dios ha bajado a a la Tierra en una de sus excursiones mensuales y no consiguen dar con ELLA. Para ayudarla, la protagonista contará con la inestimable colaboración de Jay y Bob, dos obsesos del sexo, y el apóstol número trece, que fue eliminado de la Biblia por ser negro. La misión de este último es también recordar a la gente que Jesús era negro.

Todo esto salpimentado con hilarantes guiños a las musas, a los profetas y a diferentes hechos bíblicos que consiguen no ofender a nadie, porque no creo que haya nadie que pueda ofenderse con frases como "Jesús odia que se creen guerras en su nombre", o "Dios no quiere que haya creencias, sino ideas; puedes cambiar de idea, pero cambiar una creencia es mucho más difícil". Para una atea como yo, es el caramelo perfecto para una tarde de domingo.

Altamente recomendable para pasar un buen rato y quedarse con un regusto estupendo en los labios. A nadie dejará indiferente la actuación de Alan Rickman, desternillante, y hasta Ben Affleck hace un papel más que decente. Caras tan conocidas como Salma Hayek o Chris Rock amenizan una cinta que se disfruta del minuto uno hasta el final, donde Alanis Morrissette (perdón por las faltas de ortografía en el nombre) aparece como Dios.

Simplemente, genial.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La ladrona de libros, Markus Zusak


La ladrona de libros lleva en mis estanterías desde junio, cuando las madres de mis alumnos me lo regalaron. No sabía nada de este libro, no sabía de qué iba ni si me iba a gustar. La portada no me decía nada. Mis expectativas eran nulas. No encontraba el momento de ponerme con él, porque había muchos otros libros que me interesaban antes que éste.

Hasta que leí la primera línea. Y me encontré con una historia narrada por la Muerte.

Un libro así no se puede dejar. Un libro que empieza con la muerte de un niño pequeño, el abandono de una niña a una familia de acogida y la sombra de la segunda guerra mundial empañándolo todo es imposible de dejar de leer. Ni una sola vez trata de darnos lecciones de humanidad, sino que se limita a describir a los humanos desde el punto de vista de una niña que lo ha perdido todo menos la inocencia, que es capaz aún de ver el lado bueno de las personas, que no ve razas, colores o ideologías, sino personas y palabras. La lucha de una niña y todo su entorno contra un mundo que se desmorona, y de fondo la imagen de una Muerte benigna a la que a veces le duele hacer su trabajo.

No voy a hablar del contenido del libro, porque creo que su belleza estriba en ir descubriendo los pasajes junto con Liesel, la niña protagonista, otra cosa sería destripar el libro. Sólo diré que terminarlo -anoche, arrebujada contra el frío dentro de una buena manta- me provocó un ataque de llanto como hacía tiempo no me provocaba ningún libro. Dos fueron los motivos: el horrendo final, que le parte a una en dos, y el hecho de haber terminado un libro que me ha encantado.

Lo único bueno: que el autor, Markus Zusak, es lo suficientemente joven y talentoso para deleitarnos con más obras como esta. Aunque dudo mucho que sea capaz de mejorar su ópera prima.

jueves, 21 de agosto de 2008

Un demonio para mí, Ruth Rendell

Me avergüenza decir que, amante de la novela negra como soy, nunca antes había leído a esta autora. Tras pasar un par de semanas con las historias de Kate Chopin, que son cortas pero dejan un regusto muy intenso, quería leer algo de lo que yo denomino "literatura para no ver la tele", es decir, obras que no requieren de mí un esfuerzo extra, pero que siempre son mejor que tragarse un programa malo en televisión, sobre todo ahora que tanto abundan en verano.

Escogí este libro porque me pareció una apuesta segura. No estaba mal de precio, era de una autora de quien había leído buenas críticas y era lo suficientemente delgado como para no tener que arrastrarme por sus páginas si no me gustaba. Esto último al final ha terminado siendo un fallo, porque me ha dado rabia terminármelo en un par de días, tanto me estaba gustando. En este libro se cuenta cómo la vida de un psicópata, Arthur Johnson, se ve incomodada por la aparición de un vecino en la casa en la que alquila su piso que comparte apellido con él. Anthony Johnson, el de la habitación número 2, es, además, un psicólogo que está escribiendo su tesis sobre psicópatas, aunque parece escapársele que convive con uno. Arthur se nos presenta como un perfeccionista, alguien que controla hasta el último aspecto de su entorno y que domina sus ansias de asesinar gracias a una muñeca que guarda en el sótano, al que no puede acceder ahora que la habitación 2 está ocupada y su inquilino puede asomarse a la ventana y verle entrar. Estrangular un cuello de plástico es lo único que le impide salir a matar mujeres en la noche londinense, y cuando éste sustituto se convierte en imposible, Arthur necesita volver a sentir la carne de una mujer entre sus dedos, como ya hiciera en dos ocasiones anteriores sin ser atrapado.

Excelente retrato de un psicópata con el que compartimos angustias y procesos mentales, y excelente también la caracterización de todos los personajes que le rodean y son incapaces de identificarle como lo que es. Una lectura rápida y amena que bien merece la pena en edición de bolsillo, aunque el final resulta algo repentino y una se queda con ganas de más.

Volveré a leer a Rendell. Y esta vez me aseguraré de que la novela sea todo lo extensa que mis manos puedan sujetar.

viernes, 8 de agosto de 2008

The Awakening, Kate Chopin



Iba a escribir esta reseña en inglés, dado que me he leído el libro en ese idioma, pero tengo tanto que decir que no creo ser capaz de explicarme en mi tercera lengua, así que lo voy a hacer en castellano.

The Awakening (El despertar en castellano) es la historia de Edna Pontellier, una mujer de clase alta sumamente insatisfecha con su vida que busca algo más que ser una pertenencia de su marido. Poco dada a las apariencias a las que la sociedad del Nueva Orleáns del siglo XIX obligaba, tras un verano en el que vuelve a recordar lo que es amar aunque no haya movido un dedo en ese sentido, decide dejar de fingir que la sociedad criolla la entretiene y empieza a ser ella misma. No escucha a su marido, no guarda las formas ante los demás, manda a sus hijos con su suegra y decide cambiar de casa porque en la que vive le resulta desconocida, una propiedad de su marido pero no suya. Coquetea con un hombre por el que no siente nada, aunque reconoce que su pasión hacia él es mucho mayor que la que nunca sintió hacia su marido. No siente remordimiento alguno por ser infiel, porque, al no haber sentido nunca amor por su marido, no le parece que sea una traición. Por fin se reencuentra con su amor del verano, que le corresponde en su pasión pero no es lo suficientemente valiente para enfrentarse a su marido. Él se marcha y ella toma una decisión: si no puede ser ella misma, no será. Así de tajante.

Kate Chopin (1850-1904) fue criada en el sur de Estados Unidos por su madre viuda, su abuela y su bisabuela, todas viudas que decidieron no volver a casarse y criar a sus hijos e hijas sin ayuda. La misma Kate enviudó joven, con cinco hijos a su cargo y un buen saco de deudas a causa de la incapacidad empresarial de su marido; a la muerte de este, ella tomó el mando de sus negocios y no solo logró pagar las deudas, sino que consiguió vender el negocio por un buen precio y marcharse a San Louis con su madre, que moriría al poco. Compró una casa para ella y sus hijos y manejó las posesiones que había heredado de su madre con suficiente brío para no necesitar nunca de un hombre que cuidara de ellos, aunque dice su biografía que nunca le faltaron amantes y admiradores masculinos.

Sólo comprendiendo la vida de Kate Chopin se puede entender por qué sus obras (escribió una novela larga y esta novela corta, el resto son relatos) tienen siempre como protagonistas a mujeres fuertes, o mujeres que no lo son tanto al principio pero encuentran su fuerza con el paso de las líneas. En The Awakening se nos presenta a una mujer que en un momento dado le confiesa a una amiga que sus hijos nunca podrán tenerlo todo de ella. “¿Qué dices? ¿No darías tu vida por tus hijos?” “Sí, por supuesto”, contesta Edna, “pero no a mí misma. Eso a nadie”. Parece un extraño jeroglífico, pero al final queda claro lo que ha querido decir. No puede hacerles daño, crear un escándalo, divorciarse y marcharse con su amante (entre otras cosas, porque el hombre del que está enamorada es un cobarde y no la acompañaría), pero tampoco va a quedarse para ser tratada como un objeto de feria, como una posesión que adorna el salón tanto como los cuadros de la pared.

Aunque me haya disgustado el final (¿por qué siempre tienen que morir las mujeres adúlteras encerradas en un matrimonio sin amor?), entiendo que era el único posible para semejante historia. Mi primer impulso al cerrar el libro ha sido compararlo con el final de Ana Karenina, pero no me ha costado darme cuenta de la grandísima diferencia entre ambas protagonistas: Ana se suicida por la culpa y la vergüenza; Edna, porque es la única manera en la que puede ser libre, ella misma.

Impresionante, en resumen, la visión proto-feminista de Chopin a la hora de escribir esta y otras historias, y preciosa también la imagen del Nueva Orleáns del siglo XIX que pinta con palabras, con el clasismo y las diferencias sociales como segundo motor de la historia. Uno de esos libros que estoy deseando volver a leer y muy recomendable para cualquier mujer, aunque solo sea para darnos cuenta de todo lo que hemos avanzado en los últimos años.

jueves, 24 de julio de 2008

Y punto., Mercedes Castro


Cuando salí a comprar libros compulsivamente aquella tarde de principios de junio, uno de los pocos títulos que sabía que iban a terminar en mi cesta de la compra era este Y punto., de Mercedes Castro. Todo lo que había leído de ella era bueno, y además lo había leído en blogs que no guardaban ninguna relación con ella (con lo que me podía fiar de que su opinión fuera sincera), así que me hice con él, lo puse en la estantería marcada con el invisible título de "deberes" y esperé a que llegara su turno.

Más de seiscientas páginas después, tengo que admitir que, en reglas generales, me ha gustado, pero hay cosas que, picajosa que es una, no me explico cómo se le han podido colar a una escritora a la que se ve con talento. Como ya he dicho en posts anteriores, me gustan las novelas negras escritas por mujeres, y Castro no me decepciona en la ambientación de una comisaría con demasiada testosterona rigiendo el cerebro de sus compañeros policías, en la descripción del desprecio que sienten a todo lo que no huela a macho, a todo lo que no encaje en ese mundo de pistolas, cojones y tíos duros. Llegan momentos en la historia en la que una quisiera ser policía sólo para no dejar a la pobre Clara Deza sola luchando con todos esos mamones que tiene por compañeros, decirle de vez en cuando que tiene razón, que ella es la única que vale, que ya está bien de tanto mamoneo, coño, dejad a la chica que haga su trabajo. La narración en primera persona, donde Clara muestra todos sus pensamientos y describe tanto lo que dice como lo que piensa pero se calla, engancha desde la primera frase, y su humor negro llega a ser desternillante en ocasiones, aunque en otras te den ganas de llorar.

Y en esa voz en primera persona es donde tengo yo un problema muy grande, que seguro que es sólo mío porque ningún corrector o editor hubiera dejado escapar un error así, y es que Castro mezcla los puntos de vista de tercera persona y de primera en una sola frase. Frases que comienzan con "Clara piensa que..." y terminan con "y decido que no se lo voy a permitir, que no voy a dejar que me pisoteen" para luego dar paso a una narración en una impecable primera persona, me descolocan. Lo repite mucho, así que sé que está hecho a propósito, pero es como si estuviera leyendo la primera historia de un principiante y me pone muy nerviosa porque me da la sensación de una escritura descuidada -cuando sé que no lo es- o de alguien a quien se le ha escapado algo al corregir. Supongo que estoy frente a un estilo completamente nuevo de escritura, el no va más de las primeras personas, pero a mí no me gusta. Si está en primera, está en primera, no me cambies a media frase.

Aunque lo que más me ha chocado de esta mujer es su incapacidad de dar una voz propia a cada personaje. Utiliza jerga de la calle cuando quiere dar voz a un yonqui o a una prostituta, pero todos, todos, hablan con el mismo toque poético de la voz narrativa, y algunos llegan a llamar la atención de tal manera en el uso de su lenguaje que parece que la propia Castro se justifica, dándoles profesiones como "corrector de estilo" o "persona con estudios venida a menos". No cuela. Aunque es una gozada leer una historia contada con un léxico impecable, una espera poder reconocer a los personajes por su forma de hablar y, excepto las primeras frases de los diálogos -que sí, tienen su personalidad-, el resto podría ser dicho por cualquiera.

Pero esto son cosas mías, que soy muy picajosa, ya digo. En general, una primera novela estupenda que espero no sea la última, porque nuestra querida Clara Deza tiene personalidad para aguantar muchas más historias rodeada de toda esa prole de machistas misóginos y de un marido que, aún con sus defectillos, es justo el que se merece.

lunes, 14 de julio de 2008

The Brooklyn Follies, Paul Auster


I started reading this book last summer in mid July, but I had to put it down when the seventh book of the Harry Potter saga came out. After reading J.K. Rowling's last, my mind was not ready to go back to The Brooklyn Follies, so I left it on the shelf -even though I had read more than two thirds of it- for a time when I would enjoy it more.
Three or four days ago I picked it up again and I started reading it all over, from the beginning. Great idea, no doubt, because I didn't remember what the story was about and I had also forgotten how much I had laugh with several pieces of it. I said in the previous post that the first thing I ask myself when I finish a book is "did I like it?", and in this case I have to say, simply, that I loved every bit of it.
Nathan is a sixty-year-old cancer survivor that has recently divorced his wife and decides to go to Brooklyn because "he was looking for a nice place to die, and someone recomended Brooklyn". There he reencounters his nephew, the brilliant studen who was supposed to become a doctor in English literature but has ended up as a book seller after being a taxi-driver; he meets his nephew's boss, a wonderful man with too soft a heart and a terrible destiny; and a number of other people, long lost family members or new acquaintances, that end up forming a beautiful tableau that could be expected in any of Woody Allen's movies. Reading Auster's book is, actually, like listen to Woody Allen talk, and we are constantly reminded that we are in Brooklyn, with a certain type of people, a different accent, a different way of living. It almost feels like being there.
I love this book from cover to cover. It is amazing how simply Auster manages to talk about love, death, pain, suffering, happinnes and family ties without breaking a stride, without us knowing what is going to come next, a teary-eyed moment or a laugh-out-loud one. Good summer read -or spring, or fall, if it comes to that-, a book that should be in everybody's library and in everybody's mind.

miércoles, 9 de julio de 2008

El cuaderno dorado, Doris Lessing


Cuando termino un libro, lo primero que me suelo preguntar es: ¿me ha gustado? Normalmente la respuesta no es un sí o un no radical, sino una larga gama de respuestas intermedias que van desde el " estoy deseando leérmelo otra vez" al "no se lo recomendaría ni a mi peor enemigo". Si he conseguido terminarlo no suelo llegar hasta este último extremo porque he abandonado antes, pero me he leído muchos libros hasta la última página ("mejorará, tiene que mejorar") para luego querer estamparlos contra la pared, así que alguno ha habido.
Aunque no ha sido este el caso con El cuaderno dorado, más que nada porque con este libro no he podido responderme. Ahora mismo, horas después de haberlo acabado y con las imágenes de la historia frescas en mi mente, no puedo decir si me ha gustado o no. Sé que no lo voy a volver a leer, porque creo que es un libro que deja un poso demasiado fuerte para retomarlo. Sé que he aprendido mucho con él. Sé que no sé nada (bueno, ahora algo más) sobre el movimiento comunista de la primera mitad del siglo XX. Y sé que muy pocas veces una autora (o una lectora) se atreve con una estructura tan compleja como la que ha utilizado Lessing en esta obra.
Es esta una novela que rompe todo tipo de esquemas y clichés, y en todos los ámbitos. El primero, como ya digo, el de "me gusta, no me gusta". No creo que se pueda juzgar así, porque simplemente (lo de simplemente va con toda la coña del mundo) es una novela que te cambia por dentro, que te hace pensar, y que te hace llegar a la conclusión de que ni tu vida es lo suficientemente compleja, ni tus sueños dicen todo lo que debieran, ni vives tu vida con la intensidad necesaria. Por no hablar, por supuesto, de lo suciamente capitalista que te hace sentir, y las ganas de entrar a formar parte de cualquier organización comunista que se anuncie en tu barrio. Luego está la estructura, que no es lineal; durante muchas páginas no tenía muy claro qué Anna me estaba hablando, la del pasado, presente o ficción. Por no hablar del estilo que, aunque dice en una sola frase más de lo que cualquiera de nosotros podría expresar en diez páginas, llega a hacerse tan difícil de leer que a veces hay que dejar el libro y ver un rato la tele.
Ni siquiera explicar el tema del libro es sencillo. La novela está dividida en dos partes: una pequeña novela sobre Anna Wulf (que, según el prefacio de la propia autora, es la estructura sobre lo que se basa todo lo demás) y lo que Anna Wulf escribe en sus cuatro cuadernos. Tiene cuatro cuadernos en lugar de uno porque se siente dividida. Es una mujer que cría sola a su hija después de divorciarse de un hombre al que nunca quiso, una mujer que escribió una novela que fue un gran éxito como por pura casualidad, una mujer que no puede seguir escribiendo, una mujer que desea volver a casarse. Ha dividido sus cuadernos en un diario, uno que relata sus experiencias políticas, otro donde trata de escribir historias cortas y otro en el que recoge fuentes que le puedan servir para escribir (o eso me ha parecido a mí, porque ni eso me ha quedado claro). Escritora, madre soltera y comunista en los tiempos de Stalin, Anna es una mujer que se considera liberada, o trata de serlo, aunque sus escarceos con hombres (todos casados) parecen indicar que lo que siente en realidad es una gran dependencia hacia ellos. La misma Anna nos describe sus sueños, sus emociones, sus aventuras, y resulta extremadamente complejo no perderse con ella en el abismo de la locura cuando empieza poco menos que a delirar al final del libro. Las menciones a la muerte son constantes, el miedo a la bomba H está presente en todas sus decisiones, los amantes que escoge están más locos que ella y al final del libro una no tiene muy claro cuál es la parte que se debe tomar como la Anna "verdadera" y cuál la de ficción.
Describir las sensaciones que este libro provoca es tan complicado que lo voy a dejar aquí, porque me eternizaría y no conseguiría acercarme siquiera al gran enigma que han supuesto para mí algunas partes del libro. Es una novela perfecta para entender el proceso de la liberación de la mujer, al menos desde el punto de vista sexual, aunque a ratos tenía problemas para recordarme que estaba leyendo algo escrito hace más de cuarenta años, cuando siquiera pensar en la liberación de la mujer ya era un logro en sí mismo, y no enfadarme por algunas afirmaciones que Lessing hace en boca de sus personajes (como que los hombres moldean lo que somos, cosa que no dejaba de ser cierta en aquella sociedad, lo sé, pero que hoy en día me suena fatal).
En resumen: ¿lo recomendaría? Sí, pero no a todo el mundo. Tiene que ser alguien con la capacidad de concentración suficiente para no perderse entre los cuadernos, alguien que sea capaz de bucear en un océano lleno de palabras que a primera vista parecen vacías y luego encierran significados ocultos. Alguien que no se vaya a rendir cuando vea que las cien primeras hojas son un discurso comunista sobre el colonialismo en África, vaya.
A todos los valientes, les animo a intentarlo. El esfuerzo vale la pena (que luego os guste o no, es otra cuestión).

lunes, 7 de julio de 2008

La jota de corazones, Patricia Cornwell


Me gusta la novela negra, me gusta mucho. Es un género que logra engancharme desde la primera página, a veces desde la primera frase, y me tiene pegada a sus páginas hasta el final. Empecé, como supongo que hizo todo el mundo, con Agatha Christie, y fui pasando poco a poco a escritoras más contemporáneas. Y digo escritoras con toda la intención y sin ánimo de que suene a feminismo barato, porque en mi estantería todas las novelas de género negro o policial (no sé si hay alguna diferencia, agradeceré si alguien me lo aclara) están escritas por mujeres. No, no evito las escritas por hombres, pero parece que hay más autoras que autores, sobre todo en Estados Unidos. Curioso, ¿no?
De Patricia Cornwell he leído poco, tan sólo un par de sus novelas de Kay Scarpetta. Cuando compré esta estaba de exámenes, y me dije que sería una buena manera de descansar la mente tras horas de estudio sin tener que idiotizarme delante de operaciones triunfo y matrimoniadas varias. La cogí con ganas y, como esperaba, en el primer capítulo ya se me presentó el caso del terrible asesino en serie que acababa de matar a la hija de una importante mujer en el mundo de la política. Esto promete, me dije. Aunque, a decir verdad, esperaba más.
Kay Scarpetta, para el que no conozca la serie, es una patóloga forense que ayuda de vez en cuando al FBI a esclarecer los casos más difíciles. El agente Marino, un hombre al que me imagino gordo y descuidado aunque no se le describe así (pero qué otra descripción puede esperarse con ese nombre), es el compañero que se le suele asignar normalmente; en la traducción al castellano insisten en hacer que ambos se traten de usted, pero me resisto a creer que dos personas que suelen invitarse a cenar a casa mutuamente y sueltan juramentos sin importarles que el otro esté al lado vayan a andarse con tantos formulismos. Los casos, dada la profesión de Scarpetta, se basan en los datos forenses, y esto provoca conversaciones un poco densas entre ambos protagonistas. Por supuesto, Marino no está familiarizado con la terminología y Cornwell, que trabajó de forense antes de convertirse en escritora, aprovecha que Scarpetta tiene que hacer aclaraciones para que nosotros nos enteremos también.
La acción está ampliamente basada en el diálogo de los personajes, sus sospechas, sus teorías, y a veces se hace pesado seguir la historia. Hay que estar muy atento a pequeños inuendos y detalles que luego terminan siendo cruciales. Los personajes, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una serie, me parecieron bastante planos: ella es la típica policía (bueno, no, pero como si lo fuera) que no tiene tiempo para su familia y ha roto una relación con un agente del FBI porque ninguno de los dos quería renunciar a su trabajo; Marino es el típico policía desarrapado que solo come pasta y al que su mujer acaba de abandonar por alguien que le presta más atención. Nada que objetar si viniera de una escritora más inexperta, pero de la Cornwell me sorprende.
Lo que más me decepcionó, sin lugar a dudas, fue el final. No nos debe extrañar que las escritoras de misterio se saquen un dato que resulte esclarecedor al final de la novela, sin habernos dado acceso a él antes, pero Cornwell llega a rozar el engaño vil y cruel con su asesino. El dato nuevo niega uno que se ha dado como cierto anteriormente, y el lector o la lectora sólo lo sabe después de que el asesino haya sido detenido pagando un alto precio (el asesino, obviamente, no el lector ni la lectora).
De todas formas, siempre apetece leer algo de la Cromwell. Este es uno de sus libros más tempranos y mi recuerdo me dice que en tomos posteriores la serie mejora, o quizás la tenga idealizada. Una mujer que se dedica a trabajar en la misma profesión que sus protagonistas para poder tener información de primera mano demuestra un ansia por hacer bien su trabajo que es digno de tener en cuenta. Seguiré leyéndola, pero, me temo, el siguiente será en inglés.

sábado, 5 de julio de 2008

Historias de cronopios y de famas, Julio Cortázar


Hace un mes más o menos, cuando terminé los exámenes del segundo cuatrimestre y antes de acabar el curso con los críos, acudí a la librería con la intención de comprarme un libro para cada una de las semanas que me quedaban desde ese momento hasta el comienzo del nuevo curso, en septiembre. Durante el año me había hecho una interminable lista de libros que tenía que leer, bien porque fueran autores contemporáneos de los que había leído grandes críticas, bien porque fueran clásicos que me avergonzaba no haber leído. Uno de esos autores que me hacían esconder la cara de vergüenza porque no sabía nada de él más que su nombre era Julio Cortázar. Toda la vida hablando de él y nunca había leído nada suyo. Era el momento de ponerse manos a la obra.
A tientas, pues, porque ya digo que de este hombre no conocía más que su nombre y su fama, cogí un libro de cuentos de la estantería, Historia de cronopios y de famas. Mi intención era tenerlo en la mesilla de noche como amena lectura justo antes de irme a dormir; son cuentos cortos, me dije, qué cosa más agradable antes de cerrar los ojos y desconectar del mundo real. Por supuesto, no había contado con el cansancio del por aquel entonces fin de curso, las excursiones, el estrés de las notas y los exámenes; en resumen, ese agotamiento mental que sólo acepta una dosis de literatura de "encefalograma plano", de esa que se puede digerir con la mente puesta en el dulce sueño que nos espera. Cortázar no es ese tipo de literatura, y no tardé mucho en cambiar el libro de sitio y colocarlo en la estantería de la sala, para dedicarle horas de claridad mental y hermosos cafés bien cargados.
Pero ni todos los cafés cargados del mundo hubieran conseguido que Cortázar y yo nos entendiéramos. Bueno, no sé si él a mí me entendería, pero desde luego yo a él no. Empecé el libro de nuevo, ya que no había comprendido una sola palabra en esas noches que había tratado de adentrarme en esta nueva forma de literatura para mí, y sí es cierto que lo disfruté un poco más. Capté la genialidad de sus situaciones, las irreverencias, el surrealismo; me reí de lo lindo con la familia que se adueñaba de los funerales ajenos; los manuales de instrucciones y las profesiones raras no tienen desperdicio. De todo eso disfruté, sí... Hasta que llegué a lo de los cronopios y las famas. Y no pude seguir leyendo.
Cuando me pasan estas cosas, cuando todo el mundo elogia a un escritor y yo soy incapaz de entenderlo o ver su grandeza, me siento sumamente estúpida e ignorante. También es cierto que, teniendo mi librería a rebosar de otras obras, quizás no tuve la paciencia necesaria para enfrentarme a un estilo de escritura tan distinto al que estoy acostumbrada, pero es que hubo un momento en el que me enfadé con el libro. Sí, ya sé que fue innovador en su tiempo, entiendo por qué es un nombre tan importante en el panorama literario, pero a ratos tuve la sensación de que me estaban tomando el pelo. Cronopio, cronopio, fama, fama... Y yo quería gritar: ¿Qué coño es esto?
No sé, quizás, como dice Doris Lessin (estoy un poco obsesionada con esta autora últimamente), no estoy preparada para Cortázar en este instante. Quizás dentro de unos años lo relea, o lea otra obra, y se convierta en mi escritor favorito. Quizás. Pero de momento me voy a dedicar a otras cosas, porque los cronopios y las famas no son santos de mi devoción. Y habiendo tanto que leer, me da rabia toparme con cosas que no me gustan.
(Lo dicho, al final resultará que soy una inculta de libro, por irónico que suene.)

Criticando

Porque me apetece. Porque sí. Porque no quiero tenerlo todo mezclado. Porque Doris Lessin y sus cuadernos me han hecho pensar que cada cosa tiene su sitio. Porque los blogs son gratis. Porque estoy de vacaciones y sé que voy a tener tiempo de leer y criticar lo que leo, desde libros hasta artículos.
Por todo eso y mucho más, estreno blog.
A ver lo que dura.