miércoles, 29 de agosto de 2012

Beloved, Toni Morrison


La primera vez que leí este libro fue el año pasado y en euskera, gracias a un club de lectura. Ya entonces me pareció una joya, a pesar de que no estaba acostumbrada a leer en euskera y que hubo párrafos que tuve que releer (aunque me he dado cuenta ahora de que no era por el idioma, sino por el libro en sí mismo), pero me quedé con la sensación de que, precioso como era y con una traducción brillante, en inglés tenía que ser la leche. Me prometí leerlo en cuanto tuviera un hueco. El problema, sin embargo, no era hueco: lo que necesitaba eran ganas.

Beloved no es un libro fácil de leer, no porque tenga un léxico complicado, por su compleja sintaxis o por su maremagno de puntos de vista y la forma en la que utiliza los cambios temporales (que también, pero ya somos mayorcitas/os y sabemos leer este tipo de libros), sino porque el tema que trata es tan brutal y lo hace desde un punto de vista tan cercano que a una se le encoge el corazón en más de un momento y tiene que dejar el libro aparcado para poder "desacongojarse", si se me permite la expresión. Solo llorar no sirve con esta historia, quizás porque pocos personajes en el libro lloran. Todos tienen un estoicismo que te hace sentir pequeña a su lado y comprender que llorar, en situaciones como las que describe el libro, no vale para nada.

Me es muy difícil resumir esta obra, sobre todo porque tiene tal entramado de historias contadas desde distintos puntos de vista y distintos momentos que se hace complicado encontrar un lugar donde empezar. La historia está centrada en el número 124 de una calle en las afueras de la Cincinnati en la época posterior a la guerra civil estadounidense. Es una casa encantada donde Sethe y su hija Denver viven sin ayuda de nadie, tratando de luchar contra el fantasma de un bebé que murió violentamente dieciocho años antes y que aparecerá de nuevo en la figura de una extraña mujer que dice llamarse Beloved. Baby Suggs, abuela de Denver y suegra de Sethe, lleva varios años muerta y pasó muchos más antes postrada en una cama, cansada de vivir y luchar contra todo. Solo quiere color a su alrededor, solo pide azul, o naranja, o amarillo. Pero nunca rojo. Ha tenido bastante rojo en su vida.

Paul D., el último de los hombres de Sweet Home, llega buscando a Baby Suggs, aunque a quien realidad quiere encontrar es a Sethe. Los tres eran esclavos en la misma plantación, junto con Halle, el hijo de Baby Suggs y marido de Sethe, Paul A, Paul F y Sixo. El señor Garner, dueño de la plantación, y su mujer ponían buen cuidado en tratar a sus esclavos como personas, educarlos y escuchar su opinión. Jamás ninguno de ellos recibió un golpe. Jamás sufrieron vejaciones o se les trató como animales. Hasta que el señor Garner murió y su cuñado tomó el control de las tierras. Y entonces todo cambió. Sabremos lo que les pasó a los cinco hombres de Sweet Home, lo que le pasó a Sethe... y la terrible acción que convirtió su casa en una casa encantada.

Así escrito, la novela parece una historia de aventuras sin más, pero la forma de contar de Morrison, con tanta vuelta en el tiempo que necesita una lectura concentrada, hace que una no tenga todas las piezas hasta el último tercio del libro. Beloved es el nombre que Sethe consiguió grabar en la tumba de su hija muerta a cambio de abrirse de piernas para el encargado de la funeraria, y esa imagen de una mujer negra inclinada sobre una lápida para conseguir grabar esa palabra es tan gráfica y está tan bien contada que es de esas que una no olvida por más libros que lea:

Ten minutes for seven letters. With another ten could she have gotten "Dearly" too? She had not thought to ask him and it bothered her still that it might have been possible --that for twenty minutes, a half hour, say, she could have had the whole thing, every word she heard the preacher say at the funeral (and all there was to say, surely) engraved on her baby's headstone: Dearly Beloved. But what she got, settled for, was the one word that mattered. She thought it would be enough, rutting among the headstones with the engraver, his young son looking on, the anger in his face so old, the appetite in it quite new. That should certainly be enough. Enough to answer one more preacher, one more abolitionist and a town full of disgust. 

 No es la única. A lo largo del libro hay innumerables párrafos que cualquier escritor/a daría media vida por escribir. Morrison, aún vivita y coleando, no vivió en la época de la esclavitud, pero consigue darle un aire tan realista a la historia que una se pregunta qué experiencias debió tener para escribir algo así. Baby Suggs es la que mejor expone lo que parecen ser las opiniones de la propia Morrison que he encontrado por Internet:

"There is no bad luck in the world but whitefolks". 

No existe la mala suerte, existen los blancos. Ni siquiera el "bueno" de Garner se libra de su juicio, ningún blanco se salva de ser juzgado por Suggs. Los blancos son buenos hasta que dejan de serlo. Punto.

"Tell them, Jenny. You live any better on any place before mine?"
"No, sir", she said. "No place."
"How long was you at Sweet Home?"
"Ten year, I believe."
"Ever go hungry?"
"No, sir."
"Cold?"
"No, sir."
"Anybody lay a hand on you?"
"No, sir."
"Did I let Halle buy you or not?"
"Yes, sir, you did", she said, thinking, But you got my boy and I'm all broke down. You be renting him out to pay for me way after I'm gone to Glory. 

Las diatribas contra los blancos, a ratos, se convierten en poesía en boca de una mujer que no sabe leer ni escribir ni su propio nombre:

"Here", she said, "in this here place, we flesh; flesh that weeps, laughs; flesh that dances on bare feet in grass. Love it. Love it hard. Yonder they do not truly love your flesh. They despise it. They don't love your eyes; they'd just as soon pick them out. No more do they love the skin on your back. Yonder they flay it. And O my people they do not love your hands. Those they only use, tie, bind, chop off and leave empty. Love your hands! Love them. Raise them up and kiss them. Touch others with them, pat them together, stroke them on your face 'cause they don't love that either. You got to love it, you! And no, they ain't in love with your mouth. Yonder, out there, they will see it broken and break it again. What you say out of it they will not heed. What you scream from it they do not hear. What you put into it to nourish your body they will snatch away and give you leavins instead. No, they don't love your mouth. You got to love it.

Podría pasarme horas incluyendo mis partes favoritas, pero lo mejor es que lo leáis y os aterroricéis con detalles que, estoy convencida, Morrison sacó de hechos reales. La segunda lectura no ha hecho la experiencia más sencilla; de hecho, saber lo que iba a pasar y concentrarme en la forma de contarlo en lugar de en los hechos le ha dado más crudeza aún de la que me pareció que tenía. Tened la caja de kleanex cerca. Yo solo aviso.

jueves, 17 de mayo de 2012

Believing the Lie, Elizabeth George




No sé qué tiene esta mujer que hace que todo mi ser tiemble cada vez que tengo uno de sus libros en las manos (en este último caso puede ser que el temblor se debiera al peso del libro, de tapa dura y casi seiscientas páginas, pero obviemos este detalle). Es saber que saca libro nuevo y correr como alma que lleva el diablo a la librería al ordenador a comprármelo, por más que sepa que antes que éste tengo media docena más que quiero y debo leer. Believing the Lie lleva en mi casa desde febrero, creo, pero lo he estado reservando para época de exámenes como premio por buen comportamiento. Os podéis imaginar que esta semana, estudiar, lo que se dice estudiar, no he estudiado mucho.

George, para los y las que no la conozcáis, es una escritora de misterio de las que a mí me gusta llamar "de alto copete", un paso por encima de los típicos whodunits y más cerca de la literatura no encasillada en géneros. Cuando leo una novela suya, lo que menos me importa (la mayoría de las veces) es quién es el asesino; la magia de esta escritora está en cómo maneja a los personajes, y cómo, en diecisiete libros que tiene la serie del Inspector Linley, ha sabido mantener a un elenco fijo de protagonistas que ha fidelizado a los y las lectoras. Bien es verdad que, como todo el mundo, George también ha tenido sus bajones (Careless in Red fue horrible, horroroso), pero teniendo en cuenta que lleva desde el ochenta y ocho en esto, yo diría que es normal y hasta humano. Este libro en particular me ha parecido de los más curiosos y originales, porque, si normalmente los personajes de George llevan el peso temático de la obra, en esta novela lo ha llevado a los extremos. Lo que aquí a la menda le encanta, para qué engañarnos.

Bernard Fairclough, caballero y empresario británico que ha llegado a su fortuna a través de su matrimonio, pide ayuda a sus conexiones en Scotland Yard para aclarar la muerte de su sobrino, declarada un accidente pero que a él le parece sospechosa. Sin más pistas que la inquietud de un hombre que esconde más de lo que enseña y con las manos atadas porque está en misión extraoficial, el inspector Thomas Linley tratará de averiguar quién tenía motivos para acabar con Ian Creswell en la familia Fairclough, solo para descubrir que todo el que le rodeaba podría haber querido verle muerto. La familia entera guarda secretos, y estos se cobrarán más de una vida aparte de la de Ian Creswell.

La historia de los Fairclough es una de intrigas y secretos que me ha mantenido en vilo más de una tarde y más de dos, pero lo que me quitó horas de sueño, como siempre, fueron las escenas dedicadas al propio inspector Linley y a su leal Barbara Havers. El primero, tras perder a su mujer en una muerte tan trágica como casual, se está planteando la nueva relación ¿sentimental? en la que se ha embarcado con su inmediata superiora, una recién llegada que ha pisado más juanetes de los que debería. El viaje a Cumbria, donde se desarrolla la acción, le sirve de excusa para pensar en Isabelle Ardery y en si ambos tienen futuro o no como pareja. Mientras, en Londres, Havers trata de pasar desapercibida ante los ojos de Ardery y ayudar a Linley de tapadillo, al tiempo que sigue los "consejos"  de su superiora sobre cómo cuidar su apariencia física y dar mejor imagen a Scotland Yard. Mi adorada Havers es, como siempre, el alivio cómico de la novela hasta la última escena del libro y, como en anteriores ocasiones, es su situación personal la que termina la historia; solo que en esta ocasión quise gritar, patalear y pegar a alguien (pero no a Havers, a Havers nunca) por lo injustos que son siempre estos finales con mi personaje favorito, porque otra vez se la deja al borde del abismo y no es justo, jopé, que ella no ha hecho nada malo y tiene un corazón de oro y se merece que le pasen cosas buenas ya de una bendita vez, leches. Sí, ya sé que es ficción, pero coño, es que siempre le toca a ella.

Believing the Lie ha sido uno de esos libros que te da pena terminar de leer, por más que estés deseando llegar al final porque quieres, necesitas, saber qué va a pasar con cada uno de los personajes. Curiosamente, el ochenta por ciento de los personajes en esta historia no tiene un final feliz, y el resto se queda abierto a especulaciones (porque, claro, hay que comprar el libro siguiente). Me da la impresión de que George ha recuperado con esta novela su toque mágico a la hora de manejar a los personajes, algo que parecía haber perdido con Careless in Red y que había empezado a recuperar con This Body of Death. Si a ello se le suma la delicia de pasear con ella por lugares reales y muy bien descritos, esta novela ha resultado ser justo lo que necesitaba para apartar mi mente del estudio. Ahora ya no tengo excusa para ponerme a ello. Aunque, la verdad, el último de Jeffrey Eugenides tiene una pinta...