lunes, 3 de julio de 2017

The Children Act, Ian McEwan


(As I write this entry, and as far as I know, this book hasn't been translated to Spanish, so my review comes in English. It's not an easy book to read if you have an low-intermediate level, but it's perfect if your reading comprehension in English is very good or you need to practice to get your C1 or C2.)

Sometimes you can't tell a book is good (or, simply, that you like it) until a few pages in, when the story grips you and won't let you go, and you have to steal hours to the night so you can keep reading it. Other times, the book shows its quality from the very first page and you fall in love with it right from the beginning. The Children Act belongs to the latter. I was completely hooked on its prose with the first few sentences, even though it starts with a description and that's supposed to be a big no-no (of course, if you are Ian McEwan you can do whatever you want because you know how to do it right): 

London. Trinity term one week old. Implacable June weather. Fiona Maye, a High Court judge, at home on Sunday evening, supine on a chaise longue, staring past her stockinged feet towards the end of the room, towards a partial view of recessed bookshelves by the fireplace and, to one side, by a tall window, a tiny Renoir lithograph of a bather, bought by her thirty years ago for fifty pounds. Probably a fake. (...)

Look at those first three sentences. Not a single verb in them, nine words in all, and we already have the setting. Masterful. 

This was my first contact with the book, because I bought it on a whim and I didn't even know what it was about. McEwan is one of my favorite writers, so I try to get my hands on everything he publishes. (I do the same with Zadie Smith, Jeffrey Eugenides and J.K. Rowling, with mixed results so far.) In this case it was a story of ethics, morals, the tough job of being a judge (and a female one, at that), and what it really means to decide the fate of the people to come to her for help. All dressed up in a package that looks like a love story (or, more correctly, a break-up story) that turns out to be nothing more (and nothing less) than a beautiful shroud with which to tie everything up. 

Jack, Fiona Maye's husband, sixty years old and a university professor, asks his wife for permission to have an affair with a much younger woman. Fiona cannot believe what he is proposing (he just wants to have a fling, not break the marriage) and refuses, but he goes on with it nonetheless. And just when the reader expects to find yet another story of a woman abandoned by a mean, hateful husband, McEwan turns the story around and concentrates on one of the cases she has: a doctor asks for her help to save a seventeen-year-old Jehovah witness who is refusing treatment on religious reasons. In little more than 200 pages, the author writes about morals, the strength of religion and community, personal believes versus human rights, and yes, a little bit about love and what it means to have your husband cheat on you when you are entering old age. Everything from the perspective of a female character so well constructed that is hard to believe it wasn't written by a woman. 

Needless to say, this book gets my highest praise, as does everything I've read by this man (not much, I admit: Nutshell and Atonement, which are both masterpieces). If your English is not good enough, I advise you to keep an eye out for the translation, because this book is worth reading. My copy is going straight to the pile of "must re-read" that is already taking up more space than the "new to read" one. 


domingo, 18 de junio de 2017

Middlesex, Jeffrey Eugenides


Este libro me lo regaló una amiga cuando todavía vivía en Estados Unidos. Me dijo que se lo habían recomendado y que había oído muy buenas críticas de él, que era un premio Pulitzer del que se estaba hablando mucho. Le di las gracias y lo dejé en la estantería, cogiendo polvo, porque en aquel momento la sinopsis no me llamó nada. La primera vez que lo leí fue años más tarde, cuando ya había vuelto a vivir a Vitoria (solo me lo traje conmigo porque era un regalo, a punto estuve de dejarlo atrás). Y me enamoré perdidamente. No del personaje ni del autor: del libro. Porque es una joya como hay pocas.  

Middlesex cuenta la historia de un (una) hermafrodita que va descubriendo su condición a lo largo del libro. Aunque parezca que os acabo de hacer un spoiler como una casa, Eugenides deja clara la premisa desde el primer párrafo del libro, así que no os he destripado nada (mi versión es en inglés y así van las citas, pero creo que se entienden muy bien): 

I was born twice: first, as a baby girl, on a remarkably smogless Detroit day in January of 1960; and then again, as a teenage boy, in an emergency room near Petoskey, Michigan, in August of 1974. Specialized reader may have come across me in Dr. Peter Luce's study, "Gender Identity in 5-Alpha-Reductase Pseudohermaphrodites", published in the Journal of Pediatric Enodcrinology in 1975. Or maybe you've seen my photograph in chapter sixteen of the now sadly outdated Genetics and Heredity. That's me on page 578, standing naked beside a height chart with a black box covering my eyes. 

Solo con este comienzo, que tiene que ser uno de los mejores primeros párrafos en la historia de la literatura, ya nos damos cuenta de que esta no va a ser una historia normal. El dichoso "macguffin" del que hablaba Hitchcock se nos desvela desde el primer momento, y Cal Stephanides lo utiliza para contarnos ya no su historia, sino la de su familia, o más concretamente la del gen que la ha (lo ha) llevado a ser como es. A través de las más de quinientas páginas de la novela, viajaremos a Turquía y Grecia para coger un barco que nos lleve a Detroit. Conoceremos la historia de Desdemona y Lefty Stephanides, de quienes no voy a contar más porque, a pesar de que se desvela al comienzo del libro, me parece la parte más bonita de la historia y prefiero que lo descubráis leyéndola. El gen mutante que arrastra una deficiencia hormonal encontrará a su par recesivo en el matrimonio entre Milton y Tessie, y de esta mezcla explosiva saldrá Calliope, más tarde Cal, que, a sus cuarenta y un años y viviendo ya como hombre en Berlín, se ve con fuerzas de contarnos lo que ha vivido.

Pero lo que me engancha de este libro no es solo la preciosa historia, sino el propio lenguaje que Eugenides emplea para contarla. Tiene una habilidad increíble para que sus descripciones sean casi líricas, pero al mismo tiempo consigue que no entorpezcan la narración. No utiliza un vocabulario rebuscado, no tiene una gramática compleja, y aun así en más de una ocasión he tenido que apartar la vista del libro y soltar un "wow" para mis adentros. (Sí: cuando leo en inglés, mis interjecciones son en inglés. Qué le vamos a hacer.) De esta manera tan preciosísima, por ejemplo, describe el dolor de un personaje al perder a su marido:

(...) Then she undressed. She took off her black dress and hung it in the garment bag full of mothballs. She returned her shoes to the box from Penney's. After putting on her nightgown, she rinsed out her panty hose in the bathroom and hung them over the shower rod. And then, even though it was only three in the afternoon, she got into bed. For the next ten years, except for a bath every Friday, she never got out again. 
El mejor ejemplo de "show, don't tell" que he leído nunca.

Otra de las cosas que me encantan de este libro es la habilidad que tiene para contar aspectos de la vida de una chica adolescente. Eugenides logra que su personaje describa con detalles precisos cómo es crecer siendo chica, desde los complejos que tiene una adolescente a los trucos para ponerte un sujetador sin quitarte la camiseta (o cómo vas dejando pelos por toda la casa cuando tienes una melena larga, que me hizo muchísima gracia). A pesar de que la historia que cuenta tiene más de drama que de comedia, también consigue hacerte sonreír con determinados pasajes, y muchos de los personajes recuerdan un poco a los de "Mi gran boda griega" y su humor casi surrealista. Y además de todo esto, trata temas como la inmigración, la asimilación de las primeras generaciones, qué significa ser americano o con qué país se identifican los hijos de inmigrantes. (Hay más temas, pero dan para una tesis. Leedlo. Por favor.)

La historia es tan intensa que el final resulta casi decepcionante, porque termina en calma en contraste con la explosión constante que ha sido el resto del libro. Es cierto que la primera vez que lo leí me quedé un poco extrañada y me dio la sensación de que faltaba algo, pero tras dos relecturas más (¿os he dicho que me encanta este libro?) empiezo a pensar que Eugenides lo hizo a propósito. La historia de Calliope/Cal deja de tener importancia cuando logra una estabilidad. Cuando por fin hace las paces consigo misma/o, el relato ha terminado, ha llegado la calma. Y eso es lo que reflejan las últimas páginas del libro. 

En resumen: una maravilla. Un libro espectacular con una trama compleja y una forma de narrar que debería ser modelo en las universidades (que seguro que lo es ya). Con este libro me hice fan de Eugenides y he leído todo lo que ha escrito; aunque no se puede negar que es un maestro en lo que hace, nada de lo que ha escrito después llega a la altura de esta novela. Solo Las vírgenes suicidas llega a acercársele, pero ese es anterior (creo). Y ni aún así. 

No sé qué hacéis que no lo estáis leyendo ya. 

martes, 6 de junio de 2017

Saga Dos amigas, Elena Ferrante


Lo reconozco: a veces me dejo engatusar por las modas y los best-sellers. A veces pico, sí, y me salto mi estricta norma de "máximo diez euros por libro" que me ayuda a llegar a fin de mes cuando arramblo con media docena de libros en la librería, y termino cediendo y gastando veinte eurazos en un libro nuevo porque es lo que todo el mundo está leyendo y yo también quiero opinar sobre él. Cuando hago eso, la suerte puede variar: a veces acierto, a veces no. Con la saga Dos amigas creo que es justo decir que he acertado a medias. 

En estos cuatro libros, la escritora que se oculta tras el pseudónimo de Elena Ferrante nos cuenta la historia de Lenù (Elena Greco) y Lila (Rafaella Cerullo), dos niñas nacidas en los cuarenta en un barrio de Nápoles, desde el punto de vista en primera persona de Lenú. Las conocemos de niñas y seguimos sus juegos desde el momento en el que Lila tira la muñeca de Lenù al patio de don Achille, un hombre con fama de avaro, ogro y poco menos que un monstruo. Las dos van a la casa de ese hombre que tanto miedo les da a recuperar sus muñecas, pero parecen haber desaparecido. Don Achille les da dinero para que se compren otras muñecas; en su lugar, Lenù y Lila se compran un libro: Mujercitas. El sueño de ambas es convertirse en escritoras y vivir de lo que escriben. 

Sin embargo, las dos recorrerán caminos muy distintos, aun sin salir del barrio. La maestra de la escuela en la que las dos destacan quiere que estudien y trata de convencer a las familias de ambas de que las mantengan en la escuela; con Lenù lo consigue, pero con Lila no, a pesar de que Lenù está segura de que la lista es su amiga. Para Lenù, Lila es capaz de hacer todo mejor que ella, casi sin proponérselo, pero la propia Lila parece pensar de otra manera, aunque nunca conseguiremos entrar en su cabeza. La conocemos a ella y a todos los personajes de sus vidas a través de los ojos de Lenù, que, por supuesto, cumple su sueño de ser escritora (y, claro, termina escribiendo el libro que tenemos entre manos).

La relación de ambas es lo que guía las cuatro novelas, con resultados diferentes en cada una de ellas. He de reconocer que La amiga estupenda me gustó mucho y me cautivó lo suficiente para salir corriendo a comprar la segunda, y Un mal nombre tuvo un efecto muy parecido. Su estilo, su manera de escribir, las descripciones y la forma de presentar un entorno que tan pocas veces vemos en la literatura contemporánea me hechizaron desde el primer momento. Algunas de las imágenes que utiliza, sus descripciones, me parecieron sublimes, y me arrepentí de no haber leído estos dos libros con un lápiz para subrayar mis trozos favoritos, como hago a veces. Me vi identificada en muchas de las cosas que la Lenù adolescente pensaba y hacía. 

Pero tanto Las deudas del cuerpo como La niña perdida me parecieron bastante más simples, peor escritas. O quizás fue que estaba empalagada de la atmósfera (aunque no las leí seguidas, precisamente para evitar hartarme), que el estilo de Ferrante engatusa en la primera lectura pero luego destiñe, o que, sencillamente, me apetecía cambiar de libro y no lo hice por terminar la saga. Lo que sí sé es que empecé a enfadarme con la protagonista. Lenù empezó a actuar de forma que no tenía sentido con el personaje que yo me había creado en la cabeza, o es que quizás hasta ese momento había empatizado tanto con ella que no entendí sus actos porque yo no lo hubiera hecho así (me pasa a menudo). Lo cierto es que no me pesó despedirme de ellas y cerré el libro con alivio al darme cuenta de que no había más, porque soy de las que no pueden dejar un libro a medias... y una saga tampoco, aunque ya decaiga.

Otro de los detalles que termina chirriando en los dos últimos libros es el repentino deseo de mostrar la sociedad italiana desde todos los puntos de vista, algo que en los dos primeros no pasa. No me refiero a que no deba hacerlo porque no pega con la historia, ni mucho menos, sino que pasa de describir un mundo muy cerrado, muy reducido, a querer abarcar todos los males de Italia en los dos últimos tomos. Claro que en estos dos libros las protagonistas ya son adultas y les afecta más lo que pasa a su alrededor, por lo tanto no deja de tener sentido. Pero como lectora me descolocó bastante, porque hasta entonces no había sido más que un folletín muy bien escrito y de repente se convirtió casi en un panfleto político. 

En resumen: no es para tanto. Son libros bien escritos que cuentan muy bien una historia muy bonita, pero ya. La solapa que recubre los libros anuncia la saga como un clásico moderno, y tampoco es eso. He leído libros mucho mejores que no han recibido ni una mínima parte del bombo que ha recibido este. Pero ya se sabe que una buena campaña y la publicidad hacen milagros...

martes, 24 de enero de 2017

Never Let Me Go (Nunca me abandones), Kazuo Ishiguro


Decir en enero que un libro es el mejor que llevo leído en lo que va de año puede sonar a broma, pero es que me he quedado tan enamorada de esta novela que dudo que vaya a leer muchas más de esta calidad (ya no pido ni que sean mejores, con que se le parezcan me vale). Este es otro libro que cogí sin leer la sinopsis trasera, solo porque me encantó The Remains of the Day (el libro en el que está basada la película Lo que queda del día, con Anthony Hopkins y Emma Thompson) y, al ver el nombre de su autor, lo cogí sin pensar. Creo que a partir de ahora voy a hacer más esto, porque lo cierto es que llevo unos cuantos aciertos que no hubieran sido tales si llego a fiarme de mis gustos.

Nunca me abandones se puede resumir como un libro de recuerdos. Una mujer de treinta años, Kathy, empieza a hablarnos de su pasado en lo que al principio parece un internado y luego nos hace pensar en un orfanato; menciona nombres, eventos, situaciones que ella trata con normalidad pero que a ti te suena extrañas y llegas a pensar que son costumbres británicas que no conoces. Pronto te das cuenta, sin embargo, que lo que tienes delante no es ni mucho menos una novela de costumbres, sino una distopía muy desagradable que Kathy desvela como si fuera lo más normal del mundo. Y es que, claro está, ella habla de su vida, y en su vida todo eso es normal. No desvelo más por no cargarme la sorpresa, porque realmente merece ser descubierta.

Sin embargo, y por mucha distopía que valga, esta novela es, ante todo, una historia de amor, igual que The Remains of the Day (que tratará muy bien otros temas, describe muy bien su entorno y lo que quieras, pero el "macguffin" es la relación entre los protagonistas). Hasta bien entrada la novela no te das cuenta realmente de qué está pasando, de qué te están hablando, y de repente te das cuenta de lo que se avecina, de cómo va a acabar, y te pasas medio libro temiendo terminarlo porque te da miedo acertar y a la vez no puedes dejarlo porque qué bonito es lo que te están contando y cómo lo están contando. Kathy lo narra todo de forma lineal, pero de vez en cuando se detiene y te explica algo que ocurrió dos semanas antes para que puedas entender lo que viene a continuación, o te adelanta información de algo que no ocurrirá hasta mucho más tarde. Ishiguro lo hace de manera que no te das cuenta y es imposible perderte, y le da un toque muy realista a las memorias de su protagonista.

En cuanto termino un libro tengo muy claro si lo voy a guardar en la pila de "relecturas futuras" o en la de "donar o regalar" (que no está necesariamente compuesta de libros malos, sino de libros que "meh", no me han dejado poso). Huelga decir que este ha ido al primer montón, y que su relectura va a ser mucho más inmediata que la de otros libros vecinos. Ishiguro ya era de mis escritores favoritos, pero sinceramente creo que con esta novela se ha superado a sí mismo. 

viernes, 6 de enero de 2017

Cielos de barro, Dulce Chacón


No sé qué me pasa últimamente cuando compro libros, pero a juzgar por las sorpresas que me llevo cuando empiezo a leerlos cualquiera diría que me han tocado en una tómbola en lugar de escogerlos yo. Dos he dejado ya en la estantería pensando "¿qué demonios es esto y por qué lo compré?", y el de Dulce Chacón fue casi el tercero. ¿Un libro sobre la Guerra Civil española? No puede ser, me dije, si no hay tema que más aburrida me tenga y que más evite (por empacho, porque anda que no está pesadito el mundo editorial con ese tema). ¿Me molesté siquiera en leer la contraportada cuando cayó en mis manos? Obviamente no. Creo recordar que iba buscando libros escritos por mujeres, a poder ser españolas, y fue este el que escogí. Oh, well, me dije, vamos a darle una oportunidad. Y no os hacéis una idea de cuánto me alegro.

He de confesar algo que me avergüenza mucho: hasta este libro, no había leído nada de Dulce Chacón. Ni siquiera sabía quién era, ni de dónde, ni de qué pie cojeaba. Después de Cielos de barro, sin embargo, creo que se va a convertir en una de mis escritoras de cabecera. Su manera de contar me enganchó desde la primera página, y su agilidad para combinar dos estilos muy distintos me hipnotizó. Me arrepiento de no haberlo leído con boli y papel a mano, porque esta novela tiene mucho de lo que se puede aprender a la hora de escribir. Va a haber que leerla otra vez.

Cielos de barro empieza con un asesinato. Desde el primer capítulo sabemos que alguien ha matado a alguien, pero, aunque se nos dan los nombres de las víctimas y de los sospechosos, no conseguimos situarnos en la historia. Un policía va al pueblo donde ha ocurrido el asesinato y se pone a hablar con un lugareño ya entrado en años. El hombre empieza a hablarle, sin mucho orden, de la familia a la que pertenecen las víctimas; solo oímos su voz, aunque sabemos que es una conversación por más que el diálogo sea solo de un lado. No sabemos ni qué año ni qué pueblo es, pero lo que el hombre cuenta ya nos interesa. Las víctimas son los señoritos del pueblo; el primer sospechoso, el niño al que se llevaron secuestrado cuando era apenas un niño y que nunca volvió a ver a su familia ni a pisar el pueblo.

El siguiente capítulo, sin embargo, no va de mano del señor Antonio, sino de un narrador omnisciente que nos cuenta la vida de la familia más importante del pueblo. Los capítulos omniscientes y la historia del señor Antonio se van intercalando para darnos una visión de lo sucedido, pero es una visión sesgada y compleja porque no hay señales temporales. Hasta bien entrado el libro no nos damos cuenta (o al menos yo, que igual soy un poco lenta) de que las dos narraciones no son paralelas, que lo que cuentan uno y otro es parte de la misma historia pero no está ordenado. Y Chacón lo hace de tal manera que algo que tenía que ser incomprensible se entiende perfectamente, sobre todo al final, cuando todas las piezas del puzzle encajan y te das cuenta de la pedazo de historia que te ha contado. Una saga familiar con final inesperado.

Para mí, la protagonista absoluta de esta historia es la estructura, que Chacón maneja con maestría. Como alguien a quien le gusta escribir, me pregunto cuántas revisiones tuvo que darle a esta novela, cuántos apuntes al margen, cuántos cuadernos llenos de notas necesitó. Cambios de tiempo, personajes que se llaman igual pero no son los mismos, esa manera de engañar al lector sin engañarlo realmente... Me ha fascinado. Y luego está el lenguaje, elevado sin ser pedante, sin un adjetivo de más, que te dice las cosas tal y como son pero te deja margen para imaginarte cualquier otra. Maravilloso.

Todo lo que pueda decir de esta novela se queda corto. De momento, lo que tengo claro es que necesito leerla otra vez, pero ahora sí, con un cuaderno en la mano para aprender de esta pedazo de maestra, porque tiene mucho que enseñar. Empiezo a hacerme la lista de libros del año y su nombre destaca sobre todos los demás. Va a ser un año muy Dulce, me temo.

(Feliz día de Reyes a los que lo celebréis. Y feliz año, aunque ya voy tarde.)