jueves, 17 de mayo de 2012

Believing the Lie, Elizabeth George




No sé qué tiene esta mujer que hace que todo mi ser tiemble cada vez que tengo uno de sus libros en las manos (en este último caso puede ser que el temblor se debiera al peso del libro, de tapa dura y casi seiscientas páginas, pero obviemos este detalle). Es saber que saca libro nuevo y correr como alma que lleva el diablo a la librería al ordenador a comprármelo, por más que sepa que antes que éste tengo media docena más que quiero y debo leer. Believing the Lie lleva en mi casa desde febrero, creo, pero lo he estado reservando para época de exámenes como premio por buen comportamiento. Os podéis imaginar que esta semana, estudiar, lo que se dice estudiar, no he estudiado mucho.

George, para los y las que no la conozcáis, es una escritora de misterio de las que a mí me gusta llamar "de alto copete", un paso por encima de los típicos whodunits y más cerca de la literatura no encasillada en géneros. Cuando leo una novela suya, lo que menos me importa (la mayoría de las veces) es quién es el asesino; la magia de esta escritora está en cómo maneja a los personajes, y cómo, en diecisiete libros que tiene la serie del Inspector Linley, ha sabido mantener a un elenco fijo de protagonistas que ha fidelizado a los y las lectoras. Bien es verdad que, como todo el mundo, George también ha tenido sus bajones (Careless in Red fue horrible, horroroso), pero teniendo en cuenta que lleva desde el ochenta y ocho en esto, yo diría que es normal y hasta humano. Este libro en particular me ha parecido de los más curiosos y originales, porque, si normalmente los personajes de George llevan el peso temático de la obra, en esta novela lo ha llevado a los extremos. Lo que aquí a la menda le encanta, para qué engañarnos.

Bernard Fairclough, caballero y empresario británico que ha llegado a su fortuna a través de su matrimonio, pide ayuda a sus conexiones en Scotland Yard para aclarar la muerte de su sobrino, declarada un accidente pero que a él le parece sospechosa. Sin más pistas que la inquietud de un hombre que esconde más de lo que enseña y con las manos atadas porque está en misión extraoficial, el inspector Thomas Linley tratará de averiguar quién tenía motivos para acabar con Ian Creswell en la familia Fairclough, solo para descubrir que todo el que le rodeaba podría haber querido verle muerto. La familia entera guarda secretos, y estos se cobrarán más de una vida aparte de la de Ian Creswell.

La historia de los Fairclough es una de intrigas y secretos que me ha mantenido en vilo más de una tarde y más de dos, pero lo que me quitó horas de sueño, como siempre, fueron las escenas dedicadas al propio inspector Linley y a su leal Barbara Havers. El primero, tras perder a su mujer en una muerte tan trágica como casual, se está planteando la nueva relación ¿sentimental? en la que se ha embarcado con su inmediata superiora, una recién llegada que ha pisado más juanetes de los que debería. El viaje a Cumbria, donde se desarrolla la acción, le sirve de excusa para pensar en Isabelle Ardery y en si ambos tienen futuro o no como pareja. Mientras, en Londres, Havers trata de pasar desapercibida ante los ojos de Ardery y ayudar a Linley de tapadillo, al tiempo que sigue los "consejos"  de su superiora sobre cómo cuidar su apariencia física y dar mejor imagen a Scotland Yard. Mi adorada Havers es, como siempre, el alivio cómico de la novela hasta la última escena del libro y, como en anteriores ocasiones, es su situación personal la que termina la historia; solo que en esta ocasión quise gritar, patalear y pegar a alguien (pero no a Havers, a Havers nunca) por lo injustos que son siempre estos finales con mi personaje favorito, porque otra vez se la deja al borde del abismo y no es justo, jopé, que ella no ha hecho nada malo y tiene un corazón de oro y se merece que le pasen cosas buenas ya de una bendita vez, leches. Sí, ya sé que es ficción, pero coño, es que siempre le toca a ella.

Believing the Lie ha sido uno de esos libros que te da pena terminar de leer, por más que estés deseando llegar al final porque quieres, necesitas, saber qué va a pasar con cada uno de los personajes. Curiosamente, el ochenta por ciento de los personajes en esta historia no tiene un final feliz, y el resto se queda abierto a especulaciones (porque, claro, hay que comprar el libro siguiente). Me da la impresión de que George ha recuperado con esta novela su toque mágico a la hora de manejar a los personajes, algo que parecía haber perdido con Careless in Red y que había empezado a recuperar con This Body of Death. Si a ello se le suma la delicia de pasear con ella por lugares reales y muy bien descritos, esta novela ha resultado ser justo lo que necesitaba para apartar mi mente del estudio. Ahora ya no tengo excusa para ponerme a ello. Aunque, la verdad, el último de Jeffrey Eugenides tiene una pinta...