viernes, 6 de marzo de 2009

Un trabajo muy sucio, Christopher Moore


El viernes pasado me dio por ir a comprar libros. No sabía qué me apetecía leer, ni tenía ninguna idea preconcebida sobre lo que quería comprar, sólo sabía que debía ser en castellano -original o traducción- y, a poder ser, en edición barata por si no me gustaba. Volví a casa con nueve libros. El último que cayó en la bolsa, después de muchas consideraciones, fue Un trabajo muy sucio.

Lo compré por el precio y porque había oído hablar del autor en algún sitio, pero a punto estuve de no hacerlo por la horrorosa portada y la sinopsis de la parte de atrás. El que el único comentario positivo que aparece en el libro esté sacado de la revista playboy tampoco me ayudó demasiado. Aún así, me dejé llevar y me dije que me vendría bien reírme un rato, disfrutar con el humor facilón de un americano super ventas. Y acerté.

Un trabajo muy sucio es la historia de un hombre, Charlie Asher, que se convierte en muerte el día en el que nace su hija. En muerte, sin mayúsculas y sin artículo, porque La Muerte desapareció hace miles de años y lo único que abunda en la Tierra son Mercaderes de la Muerte, que se encargan de recoger las vasijas del alma: objetos inanimados que contienen almas inmortales. Gracias a ellos, esas almas encontrarán otro dueño que podrá llevarlas un estadio más allá, y sólo la persona correcta podrá poseer un alma determinada. Por supuesto, todos los Mercaderes de la Muerte con los que Charlie se topa son vendedores de segunda mano, como él mismo, para que las almas encuentren su reencarnación. Su trabajo no es fácil, ya que tiene que evitar que las almas caigan en manos de los seres del inframundo que pululan por la ciudad de San Francisco.

No es difícil hacer una lectura algo más profunda de este libro y darse cuenta del subtexto social que trata de reflejar. En el Tibet, las almas se ven dentro del cuerpo, pero en Estados Unidos, tierra capitalista por excelencia, son las posesiones las que nos dan nuestra alma. Nacemos como vasijas vacías, seres humanos sin alma, y sólo cuando estamos preparados recibimos la que nos toca. La gente puede morir sin haber tenido nunca alma. Las almas son finitas y cada uno está predestinado a una sola. Los Mercaderes de la Muerte no son seres malignos, sino instrumentos del más allá (de una fuerza que no se explica, que se mantiene como misterio) que aseguran que las almas encuentren su lugar.

Todo esto aderezado con un lenguaje sencillo, ironía y golpes de risa constantes y personajes muy definidos, hacen de este libro una opción perfecta para un fin de semana en el que no nos apetezca leer nada más denso que las páginas amarillas, aunque a su vez intuyendo que el autor ha tratado de esconder algo más allá. Mereció la pena la compra, y sé que estaré buscando otras oportunidades de este actor cuando me vuelva a dar por comprar libros... Dentro de un par de meses, quizás.