Sigo con el verano gafapasta (y preparaos, porque el próximo es La Letra Escarlata, que leí hace mucho tiempo en castellano y ya no recuerdo, así que toca recuperarla en inglés). Esta vez le ha tocado el turno a uno de esos libros que siempre te propones leer, pero nunca encuentras el momento. Ha llegado. He leído Lolita.
A la hora de hablar de este libro, siento la necesidad de dividirme en dos. Por un lado está mi yo literario, la que disfruta con las palabras y trata de apreciar el valor de una obra olvidándose de moralinas y juicios previos. Por otro, está mi yo mujer, mi yo profesora, la niña de doce años que una vez fui y en quien pienso cuando leo las descripciones de Dolores Haze, o Lo, o Lola, o Lolita.
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Pero en mis brazos fue siempre Lolita.
Solo con este principio, os podéis imaginar que mi yo literario se deshizo de gusto y decidió que mi otro yo, el que juzga, el que lucha desesperadamente por recordar que es una obra de ficción (aunque a veces se le hace difícil), se iba a tener que joder porque iba a disfrutar como una enana de esta novela. Y vaya si lo he hecho.
Lolita es, básicamente, la confesión de un hombre desde la cárcel, detenido por un delito que no se descubrirá hasta el final, en el que relata su mayor pecado: es un pedófilo que lleva toda la vida luchando por controlar unos instintos que él sabe inmorales. Lo consigue, más o menos, hasta que conoce a la niña Lolita, de doce años, que le hipnotiza con sus aires de nínfula.
“(…) Hay muchachas, entre los nueve y catorce años de edad, que revelan su verdadera naturaleza, que no es la humana, sino la de las ninfas (es decir, demoníaca), a ciertos fascinados peregrinos, los cuales, muy a menudo, son mucho mayores que ellas (hasta el punto de doblar, triplicar, o incluso cuadruplicar su edad). Propongo designar a estas criaturas escogidas con el nombre de nínfulas.
Humbert Humbert, el protagonista –nombre falso, quiere proteger a su amada en esta confesión antes de su juicio– llega incluso a casarse con la madre de Lolita, que morirá en un accidente, dejando a la niña a su cargo. La relación sexual no tardará en empezar y la pareja de padrastro e hijastra vivirán dos años en los que todos los deseos sexuales de él se verán cubiertos, con mayor o menor aceptación por parte de una niña que sabe más de sexo de lo que cualquier niña “normal” debería saber. Humbert Humbert trata de mostrarse ante nosotros como un ser inofensivo, merecedor de lástima, pero Nabokov no disimula en ningún momento su naturaleza pedófila, y es imposible, para una mente sana del siglo XXI, simpatizar con él (aunque me imagino a mucho pederasta suelto citando párrafos enteros de la novela).
Señoras y señores del jurado, la mayoría de los delincuentes sexuales que anhelan un contacto palpitante y que les haga emitir suaves gemidos, físico, pero no forzosamente copulativo, con una jovencita son seres raros, inocuos, inadaptados, pasivos, tímidos, que sólo piden a la comunidad que les permita dedicarse a sus prácticas, casi inofensivas, por más que las llamen aberrantes, a su ínfimas, cálidas, húmedas prácticas de privada desviación sexual, sin que la policía y la sociedad caigan sobre ellos. ¡No somos demonios sexuales! ¡No violamos como los buenos soldados! Somos caballeros tristes, suaves, de mirada perruna, lo suficientemente bien integrados para controlar nuestros impulsos en presencia de adultos, pero dispuestos a dar años y años de vida por una sola oportunidad de tocar a una nínfula. Hay que subrayarlo: no somos asesinos. Los poetas nunca matan.
Empecé a leer esta novela sabiendo dónde me metía. Miento: lo cierto es que pensaba que iba a ser mucho más gráfica, mucho más cruda. Aquel que defina Lolita como una obra pornográfica, no se la ha leído. En todo el libro hay una escena gráfica –muy gráfica– de un lance entre Humbert y Lolita, pero el resto de alusiones sexuales se limitan a eso, alusiones. Si unimos a esto el lenguaje usado en la novela, que te envuelve y te atrapa desde la primera palabra, una llega a olvidar que lo que está leyendo es la descripción de uno de los actos más asquerosos que un hombre civilizado puede cometer en una sociedad moderna. Es sobre todo difícil leer cómo el protagonista trata de justificar su atracción, o incluso le echa la culpa a la niña de su perversión, mientras sigue observando desde su ventana a las niñas que juegan con su “hija” y deleitándose en sus cuerpos de nínfulas.
La edición de la novela que yo tengo incluye un epílogo del propio Nabokov sobre Lolita, y creo que es lo que más me ha gustado de todo el libro. Solo leyendo el párrafo que sigue a continuación, una se de cuenta de que esta novela está tan alejada de lo que se considera pornografía como cualquier otro libro en el que podamos pensar.
La obscenidad debe ir acompañada de la trivialidad, porque cualquier índole de placer estético ha de reemplazarse por entero por la simple estimulación sexual que exige el término tradicional, a fin de ejercer una acción directa sobre el paciente. El pornógrafo tiene que seguir esas viejas normas rígidas para que su paciente sienta la misma seguridad de satisfacción que, por ejemplo, los aficionados a los relatos policíacos (…). Así, en las novelas pornográficas, la acción debe limitarse a la copulación de clichés. Estilo, estructura, imágenes, nunca han de distraer al lector de su tibia lujuria.
Leer de su puño y letra sus partes favoritas, saber qué le impulsó a escribirla y los problemas que tuvo para publicarla (no por demasiado obvia, sino por demasiado escasa) lo han convertido en uno de mis autores favoritos; en especial me encanta el comentario que hace sobre el uso del inglés en la novela (yo, ingorante de mí, pensaba que el original estaba en ruso).
Mi tragedia privada, que no puede ni debe, en verdad, interesar a nadie, es que tuve que abandonar mi idioma natural, mi libre, rica, infinitamente dócil lengua rusa, por un inglés mediocre, desprovisto de todos esos aparatos –el espejo falaz, el telón de terciopelo negro, las asociaciones y tradiciones implícitas– que el ilusionista nativo, mientras agita los faldones de su frac, puede emplear mágicamente para trascender a su manera la herencia que ha recibido.
Tras leer el epílogo, he de reconocer que mi dos yoes se han encontrado y han llegado a la única conclusión posible: en ficción, todo vale y no hay moralidades que valgan. Lo que hoy nos escandaliza puede ser la normalidad del futuro, y viceversa. Y cuando un libro está tan bien escrito como éste, me da exactamente igual que hable de pedofilia, asesinatos o brujos adolescentes. A la hoguera solo deberían ir los libros mal escritos (y se me ocurren unos cuantos con vampiros que brillan cuando les da el sol). Éste, no.
3 comentarios:
Hoy empezaremos con algo diferente. Oiremos las primeras líneas de Lolita de Vladimir Nabokov leídas por él mismo: Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía).
http://joseluisregojo.blogspot.com.es/2012/03/lolita-el-diablo-es-mujer-actua-por.html
Es mi libro preferido y no por su tematica, sino por su unica forma de escribir y narrar. Es como si cada palabra fuera una pieza de un rompecabezas, y él las coloco todo en su sitio. Desde ese dia no volvi a encontrar nada remotamente parecido.
Es mi libro preferido y no por su tematica, sino por su unica forma de escribir y narrar. Es como si cada palabra fuera una pieza de un rompecabezas, y él las coloco todo en su sitio. Desde ese dia no volvi a encontrar nada remotamente parecido.
Publicar un comentario