lunes, 18 de enero de 2010

Pero sigo siendo el rey, Carlos Salem



Por fin cae en mis manos una novela negra, con lo que a mí me gustan. Y encima una buena, de esas que te mantienen despierta hasta altas horas de la noche porque "total, ya, para lo que falta, me la termino, que no voy a dejar lo mejor sin leer". Llevaba una temporada leyendo otro tipo de literatura y solo me ha servido para darme cuenta de que a mí lo que más me gusta es la literatura de tinte oscuro.

Pero sigo siendo el rey cuenta, precisamente, con el rey de personaje secundario de lujo, y un detective, Arregui, encargado de encontrarle cuando desaparece tras dejar una enigmática nota tras de sí: "Me voy a buscar al niño. Volveré cuando lo encuentre. O no. Feliz Navidad". El ministro de interior (a quien Arregui llama Buster porque así le apodaba en la universidad, pero no se dan nombres ni descripciones físicas, solo que es un tío legal) le pide a él que lo busque porque ya lo encontró en una situación parecida años atrás (novela que no he leído todavía pero caerá, en mi biblioteca está), y Arregui cumple con el encargo de forma sencillísima. Lo que no se esperaba era que hubiera más gente detrás del rey, que no quieren precisamente encontrarlo para llevarlo con la reina y sus nietos, y tendrán que recorrer media España de pandereta y botijo para huir de sus perseguidores.

La novela está llena de guiños y escenas hilarantes que me han hecho reír a carcajada limpia imaginando al rey, por ejemplo, con peluca de hippie o cantando letras alternativas al himno de España en la ducha. El detective, Arregui, es un hombre herido, tocado en lo más profundo por la muerte de una persona muy importante en su vida, de lo que se culpa, y con miedo a mirar hacia delante y crearse una vida nueva. En el primer capítulo se nos presenta poniéndole nombre a una hormiga, su compañera de fatigas, y el libro lo acaba con la oveja Rosita como mejor amiga. Personajes inolvidables, un argumento bien atado y un final que une todos los cabos sueltos sin por ello dejar de ser sorprendente, y que de nuevo te arranca una sonrisa.

La única pega que le he encontrado es, quizás, el desarrollo algo surrealista del meollo de la trama, una escapada por una España en la que nadie sabe dónde exactamente queda Madrid y poblada por personajes a cada cual menos creíble. No sé si era algún tipo de experimento (como el juego de las voces del narrador, que consigue darte la impresión de que estás leyendo libros distintos), pero lo cierto es que a mí no me ha gustado demasiado, aunque entiendo que quizás fuera necesario para mostrar esa España a donde no llega la banda ancha y el tonto del pueblo puede llegar a ser alcalde.

(Y otro puntito, este ya más personal. Arregui es vasco, se crió en un baserri en el monte, y llama aita a su padre. Pero dice "caserío", algo que un vasco nunca haría, y llama mamá a su madre, incongruente cuando a su padre le llama aita. Cosas mías, detalles sin mayor importancia, pero no he podido evitar fijarme.)



Carlos Salem es argentino, pero lleva tantos años en España que su acento es el justo para indicar que no es español, aunque no sabrías dónde colocarlo exactamente. Él se define como "argeñol" y consigue unificar las miradas de dos culturas lejanas (al menos geográficamente) en sus novelas y en su manera de expresarse. Yo lo conocí en la Semana Negra de Gijón este verano, y digo conocí cuando quiero decir que lo vi de cerca. Me llamó la atención su aspecto y me dije que alguien que va con esas pintas por la vida (y que me perdone el señor Salem) tiene que llevar en la sangre lo de la novela negra, porque parece uno de sus personajes . Me costó encontrar sus libros, aunque es cierto que no los busqué por internet y que vivo en la única ciudad del mundo sin FNAC, pero los conseguí al fin y ahora me he vuelto una adicta. Esta noche empiezo Camino de ida, novela anterior y ganadora y finalista en varios premios. Como sea tan entretenida como ésta que nos ocupa, tendré que volver a Madrid para buscar todos sus libros de relatos, que eso de los "relatos de cerveza ficción" tiene buena pinta.

Si os interesa saber más de él, he puesto el enlace a su blog en el margen ("El huevo izquierdo del talento"). Buscadlo y leedlo, merece la pena.

sábado, 9 de enero de 2010

El mapa del tiempo, Félix J. Palma


La crítica de este libro puede ser tan corta como lo siguiente: es el peor libro que recuerdo haber leído. Así de sencillo. Sin eufemismos, sin medias tintas. Lo he odiado desde la primera página. Pero lo he leído. Sí, lo he leído.

Todo el mundo me pregunta por qué hago eso, cómo lo consigo. “Si no te gusta, déjalo”, me dicen, pero no puedo. Primero, porque soy hija de mi madre y me duele gastarme 22 euros en un libro que no voy a leer. Segundo, porque creo que Stephen King tiene razón cuando dice que de un mal libro se pueden aprender muchas cosas. De este libro he aprendido mucho. He aprendido todo lo que no se debe hacer en una novela de más de seiscientas páginas.

Y como hay tantas cosas que no me han gustado y no quiero eternizarme en un libro que recomiendo no compre nadie, voy a hacer una lista que resuma los puntos más importantes:

1. La cubierta de un libro no debe mentir. Lo compré precisamente porque me atraía lo que decía la contraportada, un libro sobre viajes en el tiempo y huidas a través de los siglos de un escritor que me ha tocado leer este año. Los únicos viajes temporales reales se dan en las últimas 50 páginas. El resto sobra.

2. No hace falta acompañar cada nombre con un adjetivo. De verdad. La frase no queda más bonita, ni dice más. Cansa. Agota.

3. Una frase nunca, nunca, debería ocupar más de dos o tres líneas, jamás dos páginas enteras. Eso pertenece a otro siglo, a otros lectores, a otro mundo.

4. Si estás describiendo una acción, no la pares para contarme lo que está pensando el protagonista y aprovechar para meterme un flashback que interrumpa el presente. De verdad, no me importa esperar para saber que de pequeño se rompió el brazo. Quiero saber qué pasa ahora. Ya.

5. No me hace falta saber el pasado de todos y cada uno de los personajes que habitan la novela. Ese “extra” que pasa por la calle es sólo eso, un extra, no me importa que su nieta muriera de escarlatina hace cuatro años y que piensa en ella cada vez que enciende los faroles.

6. No me presentes a cada personaje con cuatro páginas de historia previa, por favor. No me hace falta saberlo todo sobre él.

7. Si no se te da bien escribir en primera persona, no escribas cartas que hablen en tercera. No escribas cartas, punto.

8. Varias veces durante el libro, un personaje le cuenta a otro algo que el lector ya sabe porque ha ocurrido varias páginas antes. Con un breve “le contó lo sucedido” hubiera bastado, no me hacía falta leerlo otra vez. Bastante difícil fue la primera.

9. Un narrador omnisciente no es una persona, si acaso sería un ente más cercano a un dios que a un personaje. No vale decir “yo, que todo lo veo” varias veces en cada página. No hay un yo omnisciente. No es un personaje. Repito, no es un personaje.

10. El libro está ambientado en el Londres de finales del siglo XIX. Todos los personajes son ingleses, con nombres ingleses, ninguno ha salido de la isla, por tanto se supone que, aunque el libro esté escrito en castellano, debemos imaginar que entre ellos hablan en inglés. Entonces, ¿cómo leches van a pasar de un trato de usted a un tuteo? El inglés no tiene usted. Es un atentado contra la credibilidad de la obra.

11. No me hagas un resumen al final del libro. No me digas cómo se supone que he tenido que leerlo, no me digas lo que he tenido que entender. Soy yo quien lee el libro y saca sus propias conclusiones, no eres nadie para indicarme lo que debo entender.

12. No te metas con Henry James. Tú no. Cualquier otro, pudiera ser, pero tú no. No eres quién ni para mencionar su nombre sin sonrojarte.

13. No estás escribiendo un libro de historia. No me cuentes cada fecha de cada invento o de cada libro publicado en el siglo. Bastante pesado se hace ya seguirte.

14. “Traímos” no es una palabra, la conjugación correcta es “trajimos”. Ya sé que esto no es culpa del autor, pero es la gota que colma el vaso.

Lo peor es que este libro ha vendido más de 25.000 copias (lo que no significa que le haya gustado a nadie, yo también lo compré) y está traducido, o lo va a ser en breve, a no sé cuántos idiomas. De verdad, en comparación, “El código Da Vinci” es una obra de arte. Huid de él en las librerías.