He de confesar algo que me avergüenza mucho: hasta este libro, no había leído nada de Dulce Chacón. Ni siquiera sabía quién era, ni de dónde, ni de qué pie cojeaba. Después de Cielos de barro, sin embargo, creo que se va a convertir en una de mis escritoras de cabecera. Su manera de contar me enganchó desde la primera página, y su agilidad para combinar dos estilos muy distintos me hipnotizó. Me arrepiento de no haberlo leído con boli y papel a mano, porque esta novela tiene mucho de lo que se puede aprender a la hora de escribir. Va a haber que leerla otra vez.
Cielos de barro empieza con un asesinato. Desde el primer capítulo sabemos que alguien ha matado a alguien, pero, aunque se nos dan los nombres de las víctimas y de los sospechosos, no conseguimos situarnos en la historia. Un policía va al pueblo donde ha ocurrido el asesinato y se pone a hablar con un lugareño ya entrado en años. El hombre empieza a hablarle, sin mucho orden, de la familia a la que pertenecen las víctimas; solo oímos su voz, aunque sabemos que es una conversación por más que el diálogo sea solo de un lado. No sabemos ni qué año ni qué pueblo es, pero lo que el hombre cuenta ya nos interesa. Las víctimas son los señoritos del pueblo; el primer sospechoso, el niño al que se llevaron secuestrado cuando era apenas un niño y que nunca volvió a ver a su familia ni a pisar el pueblo.
El siguiente capítulo, sin embargo, no va de mano del señor Antonio, sino de un narrador omnisciente que nos cuenta la vida de la familia más importante del pueblo. Los capítulos omniscientes y la historia del señor Antonio se van intercalando para darnos una visión de lo sucedido, pero es una visión sesgada y compleja porque no hay señales temporales. Hasta bien entrado el libro no nos damos cuenta (o al menos yo, que igual soy un poco lenta) de que las dos narraciones no son paralelas, que lo que cuentan uno y otro es parte de la misma historia pero no está ordenado. Y Chacón lo hace de tal manera que algo que tenía que ser incomprensible se entiende perfectamente, sobre todo al final, cuando todas las piezas del puzzle encajan y te das cuenta de la pedazo de historia que te ha contado. Una saga familiar con final inesperado.
Para mí, la protagonista absoluta de esta historia es la estructura, que Chacón maneja con maestría. Como alguien a quien le gusta escribir, me pregunto cuántas revisiones tuvo que darle a esta novela, cuántos apuntes al margen, cuántos cuadernos llenos de notas necesitó. Cambios de tiempo, personajes que se llaman igual pero no son los mismos, esa manera de engañar al lector sin engañarlo realmente... Me ha fascinado. Y luego está el lenguaje, elevado sin ser pedante, sin un adjetivo de más, que te dice las cosas tal y como son pero te deja margen para imaginarte cualquier otra. Maravilloso.
Todo lo que pueda decir de esta novela se queda corto. De momento, lo que tengo claro es que necesito leerla otra vez, pero ahora sí, con un cuaderno en la mano para aprender de esta pedazo de maestra, porque tiene mucho que enseñar. Empiezo a hacerme la lista de libros del año y su nombre destaca sobre todos los demás. Va a ser un año muy Dulce, me temo.
(Feliz día de Reyes a los que lo celebréis. Y feliz año, aunque ya voy tarde.)
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