La verdad es que no puedo decir que me haya dejado un buen sabor de boca. La historia y los asesinatos de la trama están muy bien traídos y, a diferencia de la mujer navarra del librero, a mí sí que me parece que trata bien el Baztan y Elizondo, lo poco que conozco de la zona. Lo de los seres mitológicos está cogido un poco por los pelos y no creo que esté muy bien hecho, pero esto ya es opinión personal. Hay que tener muy buena mano para meter trazas de realismo mágico en una historia, y creo que Redondo no la tiene. Que de repente la investigadora se encuentre con Mari en lo alto de la montaña o que todo el mundo vea al basajaun e incluso lo graben en vídeo me parece rizar demasiado el rizo. No se me hace creíble, no me ha gustado. Pero es un detalle que podría pasar por alto si otras cosas hubieran estado mejor escritas.
Y con otras cosas me refiero a los personajes y a los diálogos. Empezamos con la protagonista, la inspectora Amaia Salazar, que no sé yo si se parecerá físicamente a Dolores Redondo pero parece el típico personaje hecho para que la escritora pueda retratarse en su obra. Todo lo hace bien, nunca se equivoca e incluso consigue controlar su mala leche cuando su hermana la trata como a un trapo viejo (he querido matar a Flora; la he querido ver muerta en el suelo). Eso sí, en ningún momento se nos deja olvidar que es mujer, su género condiciona cada uno de sus movimientos. Desde el principio vemos que su mayor obsesión es ser madre y todo lo que hace termina volviendo al hecho de que no consigue quedarse embarazada. Su matrimonio es maravilloso, su marido es un sol, pero ella se siente vacía porque no puede tener hijos. Este tema es recurrente en todo el libro; todos los personajes femeninos están condicionados por su capacidad o falta de ella para ser madres, y uno de ellos llega a decir lo que la autora no parece atreverse a poner el boca de la voz narradora: una mujer en edad fértil sin hijos está incompleta. Toma ya. Yo, fértil y sin hijos, no he podido evitar soltar una carcajada al leer semejante gilipollez.
En lo que respecta a los diálogos y la voz de los personajes, me ha repateado mucho la manera que tienen todos de soltar peroratas llenas de metáforas e imágenes que ni las de García Lorca. En una escena, una madre que acaba de perder a su hija coge a Salazar de la mano y le suelta un discurso de dos páginas (¡dos!) sobre cómo ella fue madre con el corazón, porque adoptó a su hija cuando vio que no podía tener hijos, y el vacío que le queda ahora que la han matado. Que no digo yo que una madre no sienta todo eso, pero no se lo sueltas a una extraña en mitad de la escalera cuando estás hasta el cuello de calmantes para poder sobrevivir. No se me hace creíble.
El otro detalle que no me encaja es el hecho de que Amaia no le haya contado a su marido el suceso más importante de toda su vida: cuando tenía nueve años, su madre intentó matarla. Llevan cinco años casados y nunca ha salido el tema, hasta que lo saca la tía de Amaia. Según Amaia, lo tenía olvidado, como bloqueado en su mente. No me lo creo, lo siento, por muy cerrada que ella sea, por muy poco que vea a su familia. Se supone que es una pareja que se lo cuenta todo, ¿no? Algo no encaja.
En resumen: lectura rápida, pero no para leer con cuidado fijándose en detalles, porque no están bien pulidos. No sé si terminaré con la trilogía, más que nada porque le he cogido manía a la protagonista y al estilo de escritura. Pero hay que reconocer que para las tardes vacías de verano no está tan mal, aunque no termino de entender qué es lo que ha convertido este libro en super ventas.